Acto de amor y valor
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La docencia implica coraje y compromiso para desarrollar la humildad como un hábito de vida y la justicia y equidad como compás de su trabajo
El gran educador Paulo Freire (1921-1997), dice: “La educación es un canto de amor, de coraje hacia la realidad que no teme y que más bien busca que transformar con espíritu comprometido y fraternal. Por ello la educación es diálogo, comunicación entre los hombres, que no se da en el vacío sino en situaciones concretas de orden social, económico y político”.
Por eso hace sentido lo que Fernando Salvater expresa en relación a la vocación de educar: “hay que tener valor para dedicarse a la educación teniendo en cuenta cómo está el patio y las numerosas dificultades que este trabajo conlleva. Aquí no sirven ni los obedientes burócratas ni los tecnócratas curriculares, aquí hace falta valor, coraje, pasión, entusiasmo, fe, optimismo, alegría” y luego agrega: “La educación tiene valor en sí porque es la que nos permite transformar, cambiar y mejorar la realidad que nos rodea, al mismo tiempo que cambiamos, nos transformamos y nos mejoramos a nosotros mismos y a nuestros semejantes”.
Quien quiera
Por su parte, el poeta Gibrán Jalil habla así del significado del magisterio y del espíritu del maestro: “Nadie puede revelarte cosa alguna, sino lo que yace adormecido en el crepúsculo matutino de tu propio conocimiento. El maestro que a la sombra del templo se pasea, de sus seguidores rodeado, no dispensa una sabiduría de lo que es dueño; solo comparte su fe y su espíritu de amor. Si es deveras un sabio, no te invitará a entrar a la morada de su sabiduría; más bien sabrá llevarte hasta el umbral de tu propia mente. Sí… Podrá hablar el astrónomo de su comprensión del espacio, pero no logrará darnos ese entender suyo.
“El músico cantará los ritmos que pueblan el espacio, pero no podrá dar a nadie el oído para captar el ritmo, ni la voz que sabe hacerle eco. El perito de la ciencia del número podrá pasearse por las regiones del peso y la medida, más no está en su poder llevar ahí a nadie más. Y es que la visión de un hombre no equivale a prestar a los demás sus propias alas. Así como cada uno está solo y es único en el conocimiento que Dios tiene de él, así cada uno debe estar solo y ser único en su conocimiento de Dios y en su comprensión de la tierra”.
Luego comenta: “Quien quiera ser un maestro de los hombres, debe comenzar enseñándose a sí mismo antes de enseñar a otros; y debe enseñar con el ejemplo antes de enseñar con palabras. Ya que quien se enseña a sí mismo y rectifica su propia forma de ser, es más merecedor del respeto y de la reverencia que aquel que enseña a los demás y rectifica la forma de ser de estos”.
La labor
La docencia es la vocación de mayor responsabilidad que una persona puede tener en la vida. El valor del magisterio se encuentra en el testimonio de vida que el educador ha de forjarse personalmente porque —como lo dice Gibrán— no hay mejor enseñanza hacia los demás que enmendar la conducta y las actitudes de quienes enseñan.
La labor del educador consiste en “encender” el alma de los estudiantes, inspirarlos y motivarlos para que personalmente descubran y amen lo más valioso de la vida, que encuentren su misión individual, los dones que Dios les ha reglado para conquistarla y la contribución que deben dar al mundo, a su patria y a sus semejantes. Es decir, que descubran el sentido de su existencia.
Tiempo completo
Los educadores representan el resorte que las nuevas generaciones necesitan para vivir con el alma desdoblada y abrigar el sentido del amor. De ellos los estudiantes aprenden su personalísima responsabilidad de ensanchar, día a día, sus alas, corazones, inteligencias y voluntades para que, con sus propias virtudes, edifiquen los más excelsos propósitos, ideales y sueños que la existencia insistentemente les esboza.
El compromiso del docente es originar las condiciones en las cuales el alumno aprenda a aprender, no tenga temor a equivocarse, desee ser libre y responsable (virtuoso); su responsabilidad es crear ambientes que permitan comprender que la vida no se resuelve de golpe, sino, más bien, cada momento es enlace del siguiente instante siendo así como se entreteje la existencia.
Los educadores han de enseñar a los jóvenes a crear pensamientos y acciones de esperanza y diálogo que les alienten a no tener miedo, a decirle sí a la vida, a caminar por la banqueta de la verdad, a vivir en el amor humano y la hospitalidad; a que nunca se pregunten qué es lo que merecen, más bien, averiguar lo que personalmente han de ofrecer a sus semejantes, a su comunidad.
El afán del docente es trascendental: formar personas que anhelen ser, vivir, imaginar, crear, convivir y emprender con generosidad. Por eso, el magisterio es una vocación de 24 horas.
Autoridad moral
La docencia implica coraje y compromiso para desarrollar la humildad como un hábito de vida y la justicia y equidad como compás de su trabajo; requiere vivir cada día con nuevos ojos, con frescura e intensidad: Para ser siempre firmes, pero sin dejar de ser comprensivos; para abrir ríos de diálogo, comunicación, vida y convicción, pero sin descuidar su autoridad moral; para jamás caer en la tentación de usar el aula para rendir culto a la personalidad propia o ajena, o para manipular, o para violentar conciencias, o expresar ideas o argumentos parcelados o partidistas; para jamás cortar las alas del joven, ni aprisionar su espíritu en el pesimismo o las verdades del docente; para alentar a cada alumno a emprender el vuelo hacia la inmensidad de sus individualísimos sueños. Por eso, el docente ha de formar a sus alumnos para que, por decisión propia, opten ser personas de bien y no solamente profesionistas eficientes.
Sembradores de hábitos
La misión de quien educa es inspirar a sus alumnos para que piensen con rigor y elijan actuar éticamente, para que sean creativos en todos los órdenes de la vida. En síntesis, el educador ha de iluminar a sus alumnos —tocar sus almas— siempre permitiendo que sean ellos mismos quienes definan la historia de su historia. Por eso, el aula es sagrada, tal como las mentes y corazones de los muchachos son sublimes dimensiones que jamás se deben invadir, sino amorosamente ensanchar, llenar de ideales fecundos, retos, ejemplos y estímulos salpicados de vida, tolerancia, respeto, comprensión, gratitud y alegría —mucha alegría—
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El docente es sembrador de hábitos. De ahí que, entre más jóvenes sean las personas que forma, mayor responsabilidad su vocación le reclamará.
La vocación
Georges Bernanos comentó: “toda vocación es un llamado” y tiene razón. Por su parte, el Diccionario de Autoridades, que fue el primero de la Real Academia en 1726, definió a el significado de la vocación de forma espléndida: “La inspiración con que Dios llama a algún estado de perfección”; tal vez por eso Gabriel García Márquez considera que “una vocación inequívoca y asumida a fondo llega a ser insaciable y eterna, y resistente a toda fuerza contraria”, y la vocación del docente, en mucho, es tener devoción por la educación.
Ser educador es una vocación sublime y trascendente. Ojalá que los que todos los docentes comprendamos cabalmente el significado de este llamado, ojalá que sirva para inspirar, para formar espíritus libres y responsables, buscadores de cielos, para así recuperar mucho de la humanidad que hemos abandonado, para así recuperar la generosidad, la compasión, la justicia, la tolerancia y el respeto que, desagraciadamente, también hemos extraviado. Indudablemente: “la educación es un acto de amor, por tanto, un acto de valor”.
Programa Emprendedor
Tec de Monterrey Campus Saltillo
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