Abrevar de la quietud
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Si nos aventuráramos a ir más allá de la cáscara que recubre nuestras almas, tal vez comprenderíamos que lo más hermoso de la vida es lo que no se puede comprar
A mi madre. ¡Felicidades!
Hoy, que es un día feriado, deseo compartir algunos extractos de escritos, de varios temas, que he desarrollado a través del tiempo con la intención de que, en la quietud de los espacios del descanso, éstos puedan abrir la posibilidad a la reflexión y así brindar algo de combustible para el espíritu.
Cualidad del alma
La acción agradecer es una cualidad del alma que desafortunadamente, en estos tiempos, es poco conocida o bien, deliberadamente se desdeña, sobre todo cuando tiene que ver con los pequeños servicios que cotidianamente recibimos y que los damos por hecho, inclusive en nuestro propio hogar (desayuno, ropa limpia, casa limpia, etc.) sin percatarnos que éstos guardan la sabiduría y el tesoro que mencionaba Bernanos: “las cosas pequeñas, que parecen de ningún valor, son las que dan la paz. La pequeña llave del detalle abre más corazones de lo que imaginamos”, y esto sencillamente porque estas “pequeñeces” no aportan contabilidad económica.
Frenar para pensar
Si tiramos una piedra a un estanque y luego queremos ver el fondo, hay que esperar a que la turbulencia pase, a que las partículas se asienten. Así mismo, si deseamos hacer un arqueo del trecho andado, de lo vivido, padecido, llorado y también de lo gozado, entonces es recomendable buscar espacios de reflexión, entonces es bueno estacionarse por un momento al lado del camino de la vida.
Y luego, sin equipaje, podríamos descender a las profundidades de nuestra alma, pero advierto: esta es una labor riesgosa, pues ahí mismo podríamos percatarnos de la tiranía del tiempo, de esos años que, sin aviso, se nos han escapado como si fueran estrellas fugaces.
Lo gratuito
Si nos aventuráramos a ir más allá de la cáscara que recubre nuestras almas, tal vez comprenderíamos que no se requiere tanto para vivir, que lo más hermoso de la vida es lo que no se puede comprar: escuchar a Mozart o Bach, disfrutar al hijo que crece sin poder penetrar ni siquiera en sus sueños, recordar el “sí” eterno dado al ser amado, viajar con la mochila al hombro, el mensaje recibido de un añorado amigo, el perdón obsequiado o recibido, la bocanada de aire que tomada en el alba, el rojo atardecer, el sabroso helado de chocolate, el gozo de trabajar, el día lluvioso o el más soleado, o simplemente descubrirnos en ocasiones adultos y a veces niños.
Pausar la vida
No creo que las personas estemos tan atareados para obviar compartir tiempo abundante con la familia o con las personas que apreciamos y amamos; más bien, pienso que, generalmente, lo que sobra es desorganización, pretextos y la incapacidad para priorizar lo más valioso de la existencia.
Somos dueños del esfuerzo, jamás del fruto; de ahí que sería útil frenar un poco para evaluar la manera en que sembraremos diariamente nuestros afanes y preocupaciones, nuestras horas. Sería gravísimo que, en el ocaso, descubriéramos que lo más inestimable lo tuvimos siempre muy cerca y que jamás de ello nos percatamos, sería espinoso saber que lo sembrado no fue siempre cuidado con esmero, respeto y cariño.
Qué bueno sería entender que comprender tarde, en las cosas sustanciales de la vida, es como jamás haber comprendido.
Saber trabajar
Pensemos por un momento la razón por la cual las personas trabajan y veremos que muchas de ellas no saben cuál es el sentido de su oficio. Algunos trabajan para sobrevivir, otros tantos para triunfar (materialmente), pero solo algunos - muy escasos - dirían: trabajo por el gusto de hacerlo, es una forma de trascender, una manera de darle sentido a mi existencia.
Intuyo que son poquísimas las personas que saben que el gozo de trabajar se encuentra en comprender que somos responsables por lo sembrado, no por lo cosechado; que el esfuerzo que permite vivir en continuo gozo es el que vale la pena emprender, que hay que “aprender a hacer lo que se ama, o bien aprender a amar lo que se hace”.
Para decir la verdad…
Que bien sería que al decir una verdad pensemos en el bien común, no sólo en la ausencia de la mentira. que sepamos que una verdad completa consiste también en la manera en que la decimos y, sobretodo, las razones que nos impulsan a evidenciarla, a descubrirla ante los demás, no vaya a ser que esa verdad encierre apariencias propias, o peor aún: odios, amarguras o rencores escondidos en lo más recóndito de nuestros corazones. Por eso la verdad bien intencionada es la que hace libre a las personas.
Para saber decir la verdad, sencillamente hay que recordar lo que Don Quijote, precisamente el caballero de la verdad, pregonaba: “donde está la verdad está Dios”, y para eso, entre otras cosas, hay que romper con las apariencias.
Palabras huecas
Hablamos de justicia, pero en los actos predomina la conveniencia e ilegalidad por creer que la rectitud es cosa de santurrones; hablamos de la verdad, pero recurrimos a mentiras piadosas; hacemos de la tolerancia un himno, pero criticamos las diferencias; proclamamos la solidaridad como un valor social, pero en la comunidad priva el interés personal, el egoísmo, el “primero yo”; nos interesa la autenticidad, pero la falsedad, la incoherencia, la piratería y la doblez prevalecen en lo que se emprende; prometemos fidelidad, pero es usual olvidar la propuesta empeñada y en los tiempos de desgracia nos escurrimos de aquellos que quisieran sentirnos leales; pregonamos la bondad, pero es escasa la amabilidad y comprensión. Y aún más indigente es la compasión que deberíamos sentir por los débiles, pues rápidamente racionalizamos sus realidades a fin de justificar los pecados de omisión. Para nuestro infortunio, pronunciamos la palabra gratitud, pero nos es poco ser deudores de quienes nos alientan.
No olvidemos
Es necesario reconocer lo que padece México, pero sin dejarnos secuestrar por la amargura, reconociendo también lo bueno que somos.
Los titulares de las noticias describen desgracias, pero no ignoremos que son muchas más las personas que en México generan vida y esperanza, todos los días, desde sus trabajos, hogares y propias trincheras.
La luminosidad de México se encuentra en todo eso que cotidianamente sucede, que ciertamente no es noticia, pero sí vida, sí motivos de esperanza. Propongo evitar desanimar al prójimo, pues tal vez, la esperanza, sea lo único que a diario tiene para degustar la vida.
¡Hay que perder tiempo!
Propongo una idea descabellada: saber perder el tiempo. Perder el tiempo para disfrutar de la vida. Perder el tiempo para ganar tiempo. Perder el tiempo para incrementar el placer de la existencia. Perder el tiempo para aprender a ser mejores personas, más felices y plenas.
Recordemos al Principito que, gracias a su inocencia, se dio tiempo de domesticar al zorro, sencillamente para convertirlo en su amigo. Es cierto, no hay mejor tiempo ganado que ese que se “pierde” con lo apreciado; por ejemplo, en el tiempo nunca agotado con ese amigo que tanto nos deja y que, desgraciadamente, no tenemos el espacio para disfrutarlo.
Entonces, empecemos a “perder” tiempo con los amigos que la existencia nos ha regalado.
Dejemos que se enfríe una taza de café en el calor de esas conversaciones que solamente nacen con los que uno quiere, y con aquéllos que también nos quieren.
Al final
La vida es colmada de breves goces. Con el paso de los años mejor comprendo la sentencia expresada en el sabio talmud: “al final de la vida también seremos juzgados por los placeres lícitos no gozados”.
Qué pena que muchos optan por vivir muriendo, por trabajar sufriendo, por caminar cansados y quejosos, olvidando disfrutar la vida tal como llega, totalmente sin ambages. Pero también es sensacional presenciar a muchas personas que alimentan su alma con el deleite de los pequeños pero grandes placeres, que la existencia sin regateo, ni recato, en cada instante regala.
cgutierrez@itesm.mx
Tec de Monterrey Campus Saltillo
Programa Emprendedor